jueves, 15 de marzo de 2012

Lesperon is diferent...

Esta étapa va para María José Caballer, por gran profesional y por estar en momentos importantes para mí.

A las seis de la mañana me probé. Pero la pierna decía no. Así que decidí descansar un día más en Lesperon. Le vendría bien a mi pierna. Volví al albergue, dispuesto a aburrirme como una ostra en aquel pueblo.

Descansé hasta las diez, y luego me acerque a comprar la comida y a tomar un café en el bar. Entendí perfectamente porque Thierry no paraba de hablar a todas horas de su señora. Yo decía: -Mi mujer, mi mujer, que pesaooo con su mujer.

Pero de detrás de la barra, emergió una rubia de metro ochenta con los ojos verdes claros que me dejo con la boca como al genio de Aladdin. Muy simpática por cierto, además. Me cargo el ipod en su puerto usb.

Comí y dejé descansar la pierna un poco más, con intención de salir al día siguiente. Pero las horas pasaban plumbeas, escribia miraba el reloj. Intentaba llamar a casa la cabina estaba rota. No había wifi por ningún lado... un horror de descanso.

Así que me fui a matar las horas al local de Thierry. Algo pasaba... estaba repleto de gente, yendo de aquí para allá, dando voces, discutiendo cosas grandilocuentes. Se habían creado varios grupúsculos de cuatro o cinco personas, discutian entre ellos, hasta que de alguno de aquellos grupos alguién daba un paso hacia adelante y casi voceaba algo al otro grupo. En fin, incapaz de entender nada, le pregunte a Thierry, quién me aclaro, que el asunto de gravedad que tanto inquietaba a aquella gente, era que había desaparecido un juego de pelotas de petanca del local social.

Como comprenderéis estaba planchado en mi sitio, asistiendo a esta escena constumbrista, que describía perfectamente como es la gente del sur de Francia que yo he conocido. Puse más atención y me di cuenta que iban todos perfectamente uniformados con un chaleco azul.

En Lesperon había dos equipos de petanca. Era un deporte, y no es broma, que ellos vivían con pasión. El equipo azul que tenía delante podía sumar 20 jugadores perfectamente. Jóvenes, mayores, chicas, chicos...que mataban el anodino domingo en una liga de unos veinte municipios de las Landas y que sin duda hermanaba a la gente de aquel pequeño pueblo.

Las idas y venidas intentando descubrir la ubicación de las bolas seguirían, pero yo marché a descansar para preparar mi salida el día siguiente.Me llevé un regusto agradable de aquel pueblo amigo y confortable, aunque porque no decirlo pelín aburrido en esta época del año.

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