jueves, 17 de mayo de 2012

Dos etapas para el final apretando los dientes

Aquella mañana, repiqueteaban en mí las palabras de Nidia... "El domingo sería un día perfecto para recibirte..." Mis ganas de llegar, el cansancio de veinticinco días de ruta, el gasto económico contínuo, las ganas de volver a ver a Edwina... El cuerpo sólo me pedía hacer dos superetapas finales y acabar con esto ya...

Era sábado, el tiempo primaveral y calido acompañaba. Tenía ya configurada en mi cabeza la ruta en dos tramos hasta París, para luego descansar allí. Hoy llegaría hasta Etampes, serían unos 66 km. y el domingo entraría en París. Más o menos al mediodía.

El ánimo era increible, fue un ejemplo claro de hasta donde nos puede conducir la voluntad. Había retrazado las últimas etapas de ruta para ir por la N20  de una forma más interior para terminar el día en Etampes.

El ritmo de carrera ya no me importaba mucho. Para comer, no tuve más remedio que desviarme a las doce, unos dos kilometros hacia un pueblecito y comer en el parking de un super, y gracias. No había mucho más en kilómetros a la redonda. Una horita para comer. Vuelta a la carretera y a afrontar los últimos 35 km. hasta Etampes.

Mis piernas fallaban a la hora, la fatiga había hecho mella total en mí... Psicológicamente estaba derrotado. Mientras corría no paraba de preguntarme si al día siguiente iba aguantar los 45 km que me quedaban hasta la entrada en París. Si sería suficiente una noche de descanso para mitigar el cansancio físico y mental.

En un pueblecito enano... una señora se dirijió a mí... una señora mayor... mi falta de agua, geles y alimentación en general, me condujo a no desperdiciar la oportunidad, para pedirle un poco de agua, descansar y entablar una conversación dónde yo no entendía un pijo. La mujer se metió para casa para rellenarme una botella de agua del grifo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando apareció con una botella de cristal de bourbon roñosa llena de agua del grifo. Fue sorprendente el hecho de no hacerle ascos, no estaba para hacerme el sibarita. Era el maná.

Continué un rato tirando de agua roñosa y me mentalicé para hacer el tramo final.... y entré en Etampes. Una ciudad no muy grande, en la que no me fije lo que había o que no había. Puse todo mi empeño en encontrar cama, serían las ocho de la tarde y necesitaba cenar y descansar, por ese orden.

Encontre el hotel más horrible que nunca haya visto, la habitación en un segundo piso más miserable que se pueda inmaginar pero para mí era un palacio en aquel momento y verdaderamente no la hubiera cambiado por ninguna otra. Cené rapidito y me largue a la piltra, desconecté con el mundo. Estaba a una etapa de París. Lo había conseguido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario